miércoles, 22 de enero de 2014

De Gringasho a Pispacho de Mutico a Yanañahui (Historia de Román "Mancho" Vásquez por su Cumpleaños)

mancho vazquesTranscurría el 1953 cuando comenzó la construcción del primer trazo de la carretera Juanjui Saposoa, en enero de 1954 la trocha había llegado hasta el cementerio de Piscoyacu. Los palos estaban en el suelo, los trocheros habían "picacheado" todas las ramas de los arboles caídos, las sogas y las hojas de shapaja, huicungo, poloponta, ñegilla,huacrapona.


Desde el cementerio la gente miraba la trocha recta de seis metros de ancho que seguía la margen izquierda de la quebrada de Piscoyacu hacia la "boca" en el río Saposoa. Todos estaban alegres porque conocerían el carro que solamente lo veían el el libro de "Pepe y Lola".


Hasta Sacanche ya había llegado el tractor que manejado por Baudilio Vásquez había construido la carretera desde Juanjui, de ahí tenía que continuar su obra hasta Saposoa.


Mientras secaban los palos y las hojas a la luz del sol, los trocheros avanzaban abriendo el bosque hasta Saposoa. El monte alto cedía sus entrañas a golpe de chafarango y hacha con la que aguerridos trabajadores penetraban para abrir paso al enlace moderno de los pueblos que hasta entonces solamente hacían a pie y patacala, a caballo, en balsa o canoa.


Por esos años llegaban curas españoles o pastores protestantes, todos ellos blanquitos y de ojos azules o verdes. La gente solía decir: Ya llegó el curita "mutico", porque tenía ojos azules o verdades; y si hablaba "bola bola" el castellano decían: Ya llegó el pastor "gringo". Cuando los trocheros regresaban de su faena quemados por el sol o el humo de la candela, les decían: "pispachos", vayan ha bañar con jabón negro para que estén "chuyachuya".


En esos tiempos las casas de Piscoyacu tenían el techo de hoja de shapaja y de poloponta, las veces que estos techos eran cambiados, lo que resultaba desechado servía para chamuscar chanchos que mataba la gente para hacer cecina, chicharon, relleno, chorizo, ahumado, o para pagar peones, etc.


Mis padres, Román y Encarnación, tenían una casa así, donde vivían con mis abuelos paternos Wences y Manuela, ahí desarrollaban una pequeña actividad comercial para variar la actividad del campo. Más tarde fue acogida mi abuelita materna Dolores.


Enero de 1954 en Piscoyacu no registraba la "bajada de los Reyes Magos" pero los piscoyaquinos estaban de fiesta celebrando la llegada de la trocha que sería limpiada por el tractor de Baudilio por donde transitarían los carros en el trayecto Juanjui Saposoa. Los pihuichos ya comenzaban hacer bulla en las chacras al deleitar los zapotes dulces que empezaban a madurar. La alegría amenazaba permanecer hasta después de carnaval.


La noche estaba iluminada por la luna llena, ésta parecía una enorme batea a las seis de la tarde, al Este del pueblo. Mis abuelas "Manunga" y "Lola" se habían sentado en la vereda de la casa frente a la calle, al costado de la puerta del pasadizo, y conversaban amenamente sobre el embarazo de mi madre, sin dejar de pelar higuirilla.


Mama Mañu ¿quién será la madrina de pupo de nuestro llullo que nos dará mi Encarna? preguntó Mama Lola. A la Encarnita siempre le ayuda la Flora Utia en todos sus partos, ella tiene que ser la madrina de nuestro huahua. Seguramente será como su abuelo Wensho, blanquito y mutishco, dijo la abuela Manuela. Yo estoy revisando el calendario Bristol buscando un bonito nombre pero ninguno me gusta, remató la abuela Dolores. A eso de las 9 de la noche cantó un gallo. ¡¿Va?! segurito alguna shicshirabo va huir esta noche, dijo mama Manunga. No quizá, porque la luna llena esta solita, no hay estrellita a su lado, comentó mama Lola.


Hasta el 22 de enero de 1954 no había llovido y la trocha estaba como para decir "una chispa puede encender la pradera" pero la quema tenía que ocurrir sólo cuando los constructores de la carretera dieran la orden.


Como era costumbre campesina, el 23 de enero mi abuelo Wences se levantó a la 4 de la mañana, luego de asearse afiló su machete y se dirigió a Luico para coger un racimo de plátano, encontró una "mamaluca" con maduro al que cortó y luego de ponerle huato con su señidor de hermosos colores, se internó en la purma para ver si algunos animalitos habían caído en sus trampas: la primera trampa tenía el apretador en el suelo y al levantarlo encontró una "ucucha", avanzó hacia la otra trampa y encontró apretado un zorro, y en la tercera encontró una lagartija. Esta lagartija es "tapia", seguramente algo va suceder, porque nunca se caza lagartija con mis trampasas, pensó mi abuelo. A la "ucucha" y a la lagartija los votó al rio Saposoa y con el racimo de mamaluca y el zorro llegó a casa. El desayuno fue para decir: "estas cositas, ni en el cielo".


Desde las 9 de la mañana mi Madre estaba lavando una bateada de ropa en la quebrada de Piscoyacu, distante a unos 70 metros de la casa. Juntos con ella estaban lavando también mis tías Aleja, Anita y Eledora. Estas le preguntaban cuándo tomarían la "ishpa" y mi Madre les dijo que faltaba un mes todavía para dar a luz.


Mi tío Pedro Estrella salió de su casa rumbo a su chacra ubicado por la boca y a la banda del rio Saposoa. Al llegar a la casa de mi tío Manuel Arévalo ingresó a la cantina que ahí había, pido una "maravilla de trago" y un limón. Vació el trago en un vaso, corto el limón en dos mitades con su "balisho" y exprimió el jugo en el vaso y "clon" tomó el aguardiente, luego compro un par de cigarrillos "Inka" y siguió su caminó por la calle malecón hasta el cementerio, fumando y exhalando humo en ollitas, ahí se paró un instante para mirar el paisaje, luego avanzó.


Al llegar al inicio de la trocha se quedó mirándolo un rato, pero algo le atrajo y entró a la trocha, con su balisho hacía cortes en los palos caídos: ya están buenos para leña, al retornar de mi chacra haré un tercio de leña para llevar a mi casa, pensó, e institintivamente arrojó el "pucho" del cigarro hacia la hojarasca de la trocha. Retornó al camino y se fue a su chacra.


Quizá pasaron unos pocos minutos que la colilla de cigarro estuvo entre la hojarasca cuando se produjo la candela que creció en toda trocha con lenguas de llamas que alcanzaba alturas impresionantes, reventaban los palos y la hojas como bombas que lanzaban enormes chispas de candela, algunos de los cuales fueron a caer en el techo de las casas cercanas a la trocha.


En fila comenzaron a quemar las casas de palma, rápidamente la gente pasó de la sorpresa a la reacción defensiva sacando sus frazadas que las humedecían con agua y eran colocadas sobre los techos. Todo el cielo azul que cubría Piscoyacu se volvió color gris oscuro por el humo que llegó a opacar la luz del Sol.


Mi Madre y mis tías regresaros a sus casas para defenderlas y también humedecieron las frazadas para cubrir los techos amenazadas por el incendio. Estas frazadas permitía ver los techos adornados de banderas peruanas, porque muchas de las frazadas tenían dos franjas rojo y blanco en sus extremos. La desesperación y la agitación provocó dolores de parto en mi Madre quien se fue a su dormitorio para acostarse en la cama. El dormitorio estaba lleno de humo.


Mama Manunga hizo llamar a doña Flora Utia y a Mama Lola para brindar las atenciones de emergencia a mi Madre. Doña Flora pidió una "pretina" nueva para atar el vientre de mi madre, una batea bien limpia, una botella de vino abuelo, etc. Mi madre se quedó acompañada de la partera y mis abuelas salieron del dormitorio estornudando por causa del humo.


¡Mama Lola, ese llanto es de varón, que lindo!, dijo emocionada mi abuela Manuela. ¡Vamos, entremos a ver!, contestó mi abuela Dolores. Entraron tomadas de la mano y se cegaron sus ojos ante el persistente humo que no salía del dormitorio, pero doña Flora les informó que el llullu era gordito, blanquito y mutico, igual que su abuelo Wences. Mis abuelas se abrasaron de alegría. Qué bueno que no es como su abuelo Marcial: pispacho, dijo mi abuela Lola.


El bebé ya tenía por madrina de pupo a doña Flora Utia, quien le había bañado con agua bendita mezclado con maravilla, alcanfor y timolina para que su organismo rechace toda clase de malos ojos y brujerías, mientras mis abuelas intercambiaban nombres para darle al recién nacido: descartaron nombres de santos que habían visto en Bristol, recordaban que los curas no bautizaban a los niños que tenían nombres que ponían a los animales, descartaban los nombres que llevan hombres o mujeres, hasta que mi abuela Manunga dijo: ¡Ya se! éste nieto debe llevar el nombre de su Padre y punto. Mi abuela Lola hizo el siguiente comentario: ojalá que no sea patiperro como su Padre.


A pocas horas llegó mi Padre a la casa -no he podido saber hasta hoy si estaba en el Pueblo durante el incendio o en la pesca por Pachiza, a donde solía ir con buen empate-. Mis abuelas le dijeron que el llullu era gringasho y mutico. Se dirigió al dormitorio, abrazó a mi madre, levantó al llullu en sus brazos y salió al ramadón, pues continuaba el humo en el dormitorio. Con la misma alegría de mis abuelas dijo: ¡este hijo es hermoso, tiene un color firme tanto en su piel como en sus ojos, es pispacho y yanañahui!.


Mis abuelas se reían creyendo que mi Padre estaba loco por la emoción o por una buena maravilla de tinto que había bebido, por lo que no distinguía el color del bebé, pero la madrina Flora salió del dormitorio y les dijo a mis abuelas: el bebé se ha vuelto pispacho y yanañahui por culpa de humo.


Mi Madre estaba dormida porque la madrina Flora le convidó la botella de vino que había pedido, porque así recuperaría la sangre derramada.


Orgullosamente se ha perennizado ese color firme e imborrable que en 60 años el tiempo, el sol, la lluvia y toda inclemencia se mantiene intacta y sin mancha pese a la constante e incansable lucha por la felicidad personal y colectiva.


Por: Mancho Vásquez.

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